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| Conversando con el hermano Felix Otaegui S.J. |
Cuando tenia cuatro años mi
abuela “Tata” decidió convertirse en mi profesora
de lectura. Ella me enseñó a leer. Compró un pequeño librito para las clases y
todas las noches dedicaba entre media y una hora a enseñarme alguna lección,
las típicas: “amo a mi mamá” “mi mamá me ama” “mimo a mi mamá” “mi mamá me mima”.
Todas estas lecciones eran acompañadas por una paciencia admirable, sonrisas, anécdotas
y una bebida oficial: agua con azúcar. Esta bebida sigue siendo mi acompañante
a la hora de enfrentarme con mis
estudios de Filosofía. Desde Wittgenstein a Zubiri, el agua de azúcar no puede
faltar.
Volviendo a Tata, ella
fue una pedagoga nata, nada que envidiar a expertos en la materia, supo conectar
esas lecciones para ir despertando en mí muchos sentimientos que obviamente a
la edad de cuatro años no se le pone nombre, simplemente se goza de ellos.
Recuerdo con mucha pasión dos cosas: primeramente cada lección aprendida
era digna de colocar la marcha de Venevisión y en segundo lugar al contemplar
las imágenes del libro me gustaba recrear, imaginar, hacer historias….todas
positivas y todas conectadas con Dios, ¿la razón? si Tata era tan bella y me
hablaba tan bonito de Dios, como no admirarlo, como no querer meterlo en todo… Quizás
allí mi inicio vocacional, pero eso es otro asunto, lo que sí puedo concluir es
que nada más cierto que la infancia espiritual “es, sin duda, el criterio de discernimiento evangélico más nuclear.”[1]
El tiempo ha pasado. Hoy
soy Jesuita, un muy feliz jesuita, y en esta “mínima” compañía he podido ir
conociendo a gente extraordinaria, uno de tantos es el hermano Felix Otaegui
S.J quien editó “dos pequeños libritos” para aprender
a leer: Mi Jardín en 1954 y Angelito en 1968. Casualidad
o “Diosidencias”, como se quiera ver, lo cierto es que hay una conexión y esta
conexión va a lo profundo de nuestro ser.En los últimos años de su vida mi abuela fue perdiendo muchos recuerdos, siempre le decía: “Tata tú me enseñaste a leer, ¿lo recuerdas?”. Ella con mucha sinceridad me respondía: “no”, pero me regalaba una gran sonrisa, una sonrisa de satisfacción.
Hoy el hermano Felix descansa en la casa de los padres y hermanos Jesuitas mayores. Su mente se ha
ido a Beizama, su tierra de origen, por lo tanto también ha perdido muchos
recuerdos. Todo los sábados me encuentro
con él, y siempre le digo: “Otaegui, soy Isaac aprendí a leer con tu libro”. Él
al igual que Tata, sonríe.
Al escribir estas líneas me tocó sonreír a mí.
Descubrí que las sonrisas de Tata – que no
olvido – y las sonrisas sabatinas de Otaegui, no han sido más que las mismas sonrisas de Dios, que hoy
me dice:
“ME DESCUBRISTE”.
¡Gracias a Dios, Gracias a ti!
Isaac Daniel.
[1] Javier Garrido. (1994). Ni santo ni mediocre. Ideal
cristiano y condición humana. España: Verbo Divino.

Excelente obra hermano. Felicitaciones y sigue así, porque eres un ejemplo a seguir. Dios te continúe bendiciendo.
ResponderBorrarBro, ¡me alegro que te haya gustado el articulo! un fuerte abrazo, cuento con tu oración.
BorrarQue belleza, un abrazo ya se quién eres, un ser maravilloso.
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